Ir a Huelva y no pasar por la plaza de abastos a ver los
puestos de pescado es como ir al colegio y no leer.
(No llevaba cámara y tuve que hacerlas con el móvil.
De ahí la mala calidad)
(No llevaba cámara y tuve que hacerlas con el móvil.
De ahí la mala calidad)
Hoy se me presentó una magnífica ocasión para viajar a Huelva capital y no desaproveché la oportunidad.
Había vivido allí durante 5 años y se me apetecía renovar mis recuerdos.
En aquella época fijé mi residencia en la calle Macías Belmonte en el Molino de la Vega. Una barriada de personas humildes y trabajadoras.
Mientras estuve trabajando, apenas si tenía tiempo para conocer a los vecinos y eso que la oficina estaba en la calle Arcipreste Manuel González García, junto al Ayuntamiento.
Cuando finalmente el contrato se extinguió pude dedicarle algo de más tiempo a mi familia. Y no porque mientras que el trabajo duró no lo hiciera pero, en cierto modo necesitaba hacerlo. Durante el tiempo en que trabajé para esta constructora apenas si tuve vacaciones y este despido, que dicho sea de paso, lo hizo mi jefe con su mejor intención, me vino bien.
¿Y por qué con su mejor intención? Pues sencillamente porque había preparado un desfalco o estafa a gran escala y que ni voy a decir nombre ni tampoco a quienes, pero sí la cantidad: 90.000.000 de las antiguas pesetas.
Tiempo más tarde me enteré de esta faena por medio de los arquitectos técnicos que también trabajaban conmigo. Entonces fue cuando entendí ese despido que, aunque legal por cumplimiento de contrato, no me cuadraba con lo que con anterioridad me comentaba que estuviese tranquilo que trabajo con él nunca me faltaría. Comentó que yo en el tiempo que trabajé con él había sido trabajador, constante, considerado y que por nada del mundo quisiera verme salpicado o involucrado en su jugarreta.
Fue una época de paréntesis en mi vida. Posiblemente por ser circunstancial o porque ya que mi etapa de trabajador había terminado, la cuestión era volver a Sevilla donde tenía mis raíces.
Pero mientras viví en Huelva hice muchas amistades. De todo tipo.
Romualdo “el barba” era un personaje algo insólito. Había pertenecido a una familia adinerada de un pueblo cercano a Huelva, pero que por sus andaduras y tonterías con la bebida y la droga terminó siendo desposeído de la supuesta herencia de la que en vida podía disponer y que de hecho casi la tira por la borda. Finalmente tuvieron piedad y le fue dispuesta una cuota mensual que, junto al subsidio de desempleo –efímero jornal- podía subsistir en una alcoba arrendada en la misma calle en la que yo vivía.
Era pequeño, de un metro cincuenta a un metro cincuenta y cinco de estatura, algo encorvado, delgado, de nariz aguileña y ojos pequeños pero muy astutos y su barba perfilada. Su indumentaria era algo rancia, se veía la brillantez de los filos de la bocamanga que denotaban la falta de reemplazo o de sustitución. Su aspecto era más bien de indigente, aunque cuando conversaba lo hacía con conocimiento de lo que trataba y su expresión era delicadísima.
De habernos visto varias veces nos saludábamos y de vez en cuando tomábamos conversación insignificante y que rápidamente cortábamos.
Un día vi cómo salía de su alcoba con unos aparejos de pesca y ahí fue cuando verdaderamente empecé a conocer a este sujeto. Le hice unas señas desde mi balcón para que me esperase. Asentó y le pregunté cuando estaba junto a él que si le gustaba la pesca porque a mí me encantaba. Esbozó una sonrisa y me dijo:
- Pues mira voy al Puente de Corrales, ese que tenemos aquí a unos 10 minutos andando. Si lo deseas, vente conmigo, echamos un rato de charla mientras intentamos pescar algo. Llevo dos cañas y creo que nos bastará.
- De acuerdo, le contesté, aviso a mi mujer y enseguida estamos en marcha.
Durante varias semanas fuimos invariablemente a la misma hora. Unos días pescábamos algo, nada que merezca la pena recordar, aunque siempre se los quedaba él por razones obvias y otros, los más, nos volvíamos tal como nos habíamos ido: charlando y contándonos parte de nuestras vidas y sin nada en la mochila.
Vivimos en ese espacio de tiempo muchas anécdotas y vivencias que aún hoy al recordarlas se refleja en mi rostro una leve sonrisa, pero sobre todo una en particular.
Este Romualdo era un tipo con bastante humor y no desdeñaba una ocasión para gastar bromas o contar algún chiste.
Cierto día, estábamos los dos solos en el puente, apareció un tipo bien arreglado, con vestimenta estival. Pantalón blanco, camisa de manga corta de tonos suaves y refrescantes, zapatillas color beig de rejillas y con un olor a perfume caro que más parecía que iba a una fiesta que a pescar. Se paró junto a nosotros y nos preguntó que si en el puente se solía pescar bastante. Nos miramos y adelantándose a mi contestación dijo Romualdo:
- Sí, pero si va al otro extremo del puente no nos molestaremos y seguro que pescaremos más que si estamos aquí los tres juntos. De hecho, le comentaba a mi compañero que se desplazara unos metros para estar más desenvueltos y más libres.
- Muchas gracias. Es la primera vez que vengo aquí y me alegro que me aconsejéis. Es cierto que de esta manera pescaremos mejor. Hasta luego y gracias de nuevo.
- De nada –dijimos ambos-¡y suerte!
El hombre se fue y cuando ya llevaba unos quince metros recorridos le pregunté a Romualdo:
- ¿Por qué le mandaste al otro extremo? Podemos perfectamente pescar los tres sin estorbarnos.
- Tú deja que yo sé lo que me digo. Vamos a reírnos un rato.
Cuando el buen hombre hubo llegado al otro extremo del puente, preparó sus artilugios, no exento de una gran preparatoria que, con todo lujo de detalles y que íbamos observando desde nuestra posición tan esmerados preliminares.
Por fin apoyó la caña sobre la barandilla del puente, después de un lance verdaderamente espectacular, y entonces imaginé cuál sería la broma y ya empecé a reír aunque poco.
Generalmente en la punta de la caña se coloca un pequeño cascabel que, al menor cimbreo de la caña, éste empieza a sonar. Y eso significa que un pez picó el anzuelo. Dejó Romualdo pasar un pequeño espacio de tiempo, hasta que nuestra “victima” confiada, se sentó en el quitamiedos que protegía el paso para viandantes y sacó un periódico dispuesto a leerlo.
- Ven, siéntate aquí en el filo de este quitamiedos y observa, dijo Romualdo con su socarrona sonrisa.
Nos sentamos y acto seguido, con sus brazos pegados al cuerpo, hizo un ademán de levantarse a pulso e inmediatamente con el pie soltó un zapatazo con la suela en la barandilla del puente. A los aproximadamente 5 segundos volvió a soltar otro y se volvió a acomodar en el quitamiedos.
- ¿Por qué le das dos veces? ¿No ves que la vibración de la barandilla tarda en llegar?
- Por eso lo hago. Mira, el primero hará que suene el cascabel, pero un pescador espera a un segundo movimiento del cascabel y así se cerciora de que algo picó.
Al instante sonó el cascabel y este hombre, como un resorte, bajó el periódico y quedó observando la punta de la caña. Al segundo toque, cuando la vibración llegó, soltó el periódico, mejor dicho, lo tiró, cogió la caña rápidamente y empezó a recoger la tanza tan vertiginosamente como le era posible. Como estatuas quedamos mirando cómo recogía y simulando interés a ver qué había pescado.
Al ver que el anzuelo venía con menos carnaza que cuando la lanzó, éste gritó mirándonos:
- ¡Se escapó!
- Habrá sido el ruame*, le contestó Romualdo.
- ¡No, que va! Ha sido un bicho grande. Por los tirones que ha dado. ¡Pero este cae seguro.
Para que su esperanza no fuera en vano, Romualdo volvió a dar un par de veces más a la barandilla, hasta que ya, harto de reír le dije que dejara ya la broma. Después de un buen rato, el pobre hombre aburrido, recogió y se marchó. Al pasar por nuestro lado nos dijo:
- ¡Una lástima, porque era un buen pez! ¡¿Qué le vamos a hacer?! Otro día será. Pero al menos me distraje porque picar han picado.
- Aquí el único que ha picao has sio tú, -comentó el barba cuando ya se había alejado el tipo.
*Ruame: Peces muy pequeños o animales que chupan la carnaza y se la comen sin ser apenas notado por el “cascabel”
1 comentario:
Te viniste a Huelva, compraste lotería que luego me vendieron con sobrecargo de 3,00 €uros, y como siempre (en Huelva) no tocó.
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